miércoles, 1 de abril de 2015

Tierra del Narco

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Tierra del Narco

Tierra del Narco es Videos, Fotos & Información sobre el Narcotráfico? en México.

La Caída del Chapo en Guatemala ,lo entregaron encajuelado, amarrado de pies y manos peor que un cerdo
5:03:00 PM
Eran cerca de las 11 de la mañana. Los dos generales estaban parados bajo el intenso sol de junio en un paraje desierto a unos cinco oseis kilómetros de la frontera con Guatemala, en la carretera que va hacia Cacahoatán, Chiapas. 

El ambiente era tenso como la cuerda de un violín. A cien metros a la redonda la Séptima Región Militar había colocado un pelotón de fusileros que conformaban un perímetro de seguridad. Haciendo un círculo más reducido se encontraba un grupo de paracaidistas. Todos iban armados hasta losdientes.

Los minutos se hicieron eternos. Por radio ya habían sido noti-ficados que el convoy había cruzado la frontera mexicana sin problemas. La entrega estaba perfectamente planeada y acordada, peronodescartaban una emboscada y que el paquete llegara arruinado.

Parado sobre un montículo de tierra a un costado de la carretera, el general Jorge Carrillo 
Olea finalmente divisó a lo lejos una pequeña polvareda. Todos se quedaron atónitos cuando hastaellos llegó una vieja pick up custodiada por otras dos en iguales condiciones. A bordo de la camioneta que lideraba el grupo sólo venían un chofer, un joven copiloto y, en la caja del vehículo,la valiosa carga.

Del vejestorio bajó un joven capitán del Ejército de Guatemala de no más de 26 años que saludó con resplandeciente gallardía:"Mi general, traigo un encargo muy delicado para entregarlo so-lamente a usted", dijo ceremonioso dirigiéndose a Carrillo Olea,quien era el coordinador general de Lucha Contra el Narcotráfico y el encargado especial de esta importante misión por parte del gobierno de México.

Ante el capitán, Jorge Carrillo Olea no pudo evitar sentirse ridículo. El gobierno mexicano había enviado a dos generales:Guillermo Alvarez Nahara, jefe de la Policía Judicial Militar, y a él. Además dos batallones apoyaban la operación. 

En cambio, el gobierno de Guatemala había optado por un joven militar para que entregara a un casi perfecto desconocido, a quien entonces se culpaba, junto con los hermanos Arellano Félix, de haber matado al cardenal Posadas Ocampo en medio de una supuesta balacera que había ocurrido entre ellos. Hacía menos de un mes, el 24 de mayo de 1993, el prelado había muerto en medio de una espectacular balacera ocurrida en el estacionamiento del Aeropuerto Internacional de Guadalajara, Jalisco. En ese momento, Carrillo Olea, un militar que desde hacía décadas se había alejado con desdén del ámbito castrense, juzgó que el Ejército mexicano era ab-surdamente pretencioso.

Sin más preámbulos ni dilataciones, el capitán guatemalteco abrió la caja de la pick up y mostró su preciada carga. Sobre la lámina caliente, amarrado de pies y manos con una cuerda como si fuera un cerdo, se encontraba Joaquín Guzmán Loera, cuyo cuerpo había rebotado como fardo durante las tres horas del viaje de Guatemala a México.

En aquella época, Joaquín El Chapo Guzmán -miembro de la organización criminal comandada por Amado Carrillo Fuentes.


Al verlo en esas condiciones, insignificante e indefenso, el 9 de junio de 1993 nadie hubiera pensado que aquel sujeto de 36 años de edad, de baja estatura y poca personalidad, que apenas había  estudiado hasta tercero de primaria, en 16 años se convertiría en el jefe del cártel de Sinaloa, la organización delictiva más poderosa del continente americano; mucho menos que sería considerado por la revista Forbes como uno de los hombres más ricos y por lo tanto mas poderos de México.

Aún en pijama, y desde la cama, Carrillo Olea se comunicó con Antonio Riviello Bazán, el secretario de la Defensa Nacional.

 -Llamo para molestarle con algo bastante extraño. Si usted tiene la menor duda, por favor llame al señor presidente -dijo Carrillo Olea.
 -¿Pues de qué se trata? -preguntó inquieto Riviello Bazán.
 -Necesito, mi general, un 727, un pelotón de fusileros, y que el comandante de la zona militar en Chiapas me haga el favor de escuchar lo que yo le pida y lo cumpla.
 -¿Tan delicado es?
 -Sí, mi general, y perdóneme que no le pueda dar todavía mayor explicación.
 - N o tenga usted cuidado, así lo vamos a hacer -aseguró el secretario.

Jorge Carrillo Olea llegó a las 5:45 de la mañana a la plataform militar en el aeropuerto de la ciudad de México. Ahí ya estaban los paracaidistas y después apareció Guillermo Álvarez Nahara con dos o tres personas más.

- M e dijo mi general que te acompañara, ¿tienes problema?
-le preguntó directamente Álvarez Nahara a Carrillo Olea.
-Al contrario, entre más testigos haya, mejor -respondió Carrillo Olea.
   Varias horas después, ambos tendrían en su poder a Joaquín Guzmán Loera.

Cuando vio a El Chapo amarrado en la cajuela de la pick up, Carrillo Olea sintió lástima: "Me dio pena, después de todo se trataba de un ser humano", recuerda. Guzmán Loera estaba encapuchado. 

El cuerpo de paracaidistas lo cargó en vilo y lo metió en uno de los vehículos del Ejército mexicano.

"Capitán, muchas gracias -dijo Carrillo Olea dándole un abrazo al militar guatemalteco-, yo hubiera querido establecer una hermandad, siquiera saber cómo te llamas o dónde te puedo hablar por teléfono." La juventud de Carrillo Olea ya era lejana,pero alguna vez tuvo la brillantez de ese joven capitán cuando logró sacar de Ciudad Universitaria al presidente Luis Echeverría Álvarez de entre una multitud que lo insultaba.

El convoy mexicano se alejó del lugar a toda prisa hacia el cuartel militar. Ahí ya los esperaba un médico y un laboratorista para saber en qué condiciones habían entregado a Guzmán Loera. Carrillo Olea dio instrucciones para que permitieran que el dete-
nido se bañara y le dieran de comer.


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